...DenTRO de MI...


Quienes han torcido mi senda —los que sembraron piedras con manos de hiel— creerán haber ganado; sin saber que cada tropiezo que inventaron alimentaron el río que me empujaban. Sus nombres, manchados como tinta en el agua, subirán a juicio en la corte de los silencios: no por ira mía, sino porque la ley de las cosas restaura su equilibrio cuando el tiempo hace de juez.

Yo aguardo con la paciencia de una lámpara encendida en una cueva: no es pasividad, es luz que ve. Dentro de mí suenan tambores —a veces truenos, a veces latidos— anunciando que algo se mueve en la raíz del mundo. No sé aún si esos tambores traen lluvias o tempestades; sé únicamente que marcan el pulso de una transformación.

Deseo sus miserias no para regodearme, sino para verlas salir a la luz y convertirse en abono; que aquello que ocultaron fructifique y revele su propio veneno, y que la verdad —como planta tenaz— vuelva a cubrir el sendero. Los que blasfeman contra el orden seguirán su marcha, pero el orden, como río antiguo, trabaja en silencio: es piedra que corrige, es espejo que devuelve la imagen tal cual fue forjada.

Camino despacio, con la certeza de quien escucha tambores en el pecho y sabe que el mundo, a su manera, tiene un modo muy suyo de reparar.

.......HunDidA....

 




Así como las aguas engulleron al viejo Riaño, yo también me siento hundida.

Soy un pueblo sumergido, despojado de su historia y vendido al olvido.
Hoy he visto la miseria humana, el cieno oculto en las raíces que nunca quise desenterrar.
Aquella rama que siempre me repugnó, hoy muestra su verdadero rostro:
es podredumbre disfrazada,
es barro y sombra,
es vergüenza hecha carne.

Se alzó contra mí la inmoralidad disfrazada de virtud,
la soberbia hecha palabra: marrana,
lanzada como piedra desde un falso altar,
como si mi vida fuera barro
y la suya, oro sin mancha.
Y en ese instante me vi
cercada por voces que me condenan
sin poder tener defensa alguna,
ramas que me acusan por florecer sin permiso.

Como Riaño, yo también fui traicionada,
mi tierra natal vendida sin voz ni defensa.
El pantano se acerca, sus aguas frías me rodean,
y sé que no podré luchar contra la marea.
Hoy me siento como un árbol desgajado,
con ramas enfermas y raíces heridas,
con un corazón que late bajo el agua,
resistiendo mientras puede…

Y aun así, desde lo profundo, escucho tambores.
No sé si vienen de la tierra que me sostiene
o del fuego que me impulsa a avanzar;
no sé si me llaman al abrigo del hogar
o al riesgo valiente de mis pasos.
Solo sé que entre susurros antiguos
arde una brasa oculta,
y aunque el agua me cubra,
esa llama espera el instante
de volver a levantarse.

Duelo en el Armario

Tengo un armario donde guardo emociones encontradas: piezas tejidas con rabia, otras bordadas de melancolía. Cada vez que lo miro me recuerda los vestigios de un futuro que nunca germinaron, de sueños que quedaron suspendidos, historias inacabadas, un eco de expectativas truncadas, un amor entregado pero nunca recibido. Cada prenda, con su peso invisible. Es el vacío que deja el dar sin retorno, el reflejo de lo que puse en esas relaciones y lo que nunca se materializó en ellas. Duele porque en esos sueños y futuros proyectados estaba todo de mi.

Quizá el dolor no viene solo de sus ausencias, sino de lo que simbolizan: una inversión emocional, un futuro. Tal vez es una parte del duelo, no solo por ellos, sino también por la versión de mi misma que existió en ese amor que, a pesar de todo, fue real desde mi lado.  

 Me cuestioné si yo era el problema, como si el acto de dar generosamente pudiera ser un error. Pero el amor, tal como lo entregué, nunca fue un defecto. Es una prueba de mi capacidad de sentir intensamente, de apostar por lo que creíste  que valía la pena.

Tal vez lo que más duele no es lo que di, sino lo que esperabas recibir y no llegó. Pero eso no significa que haya algo mal en mi, sino más bien en la incapacidad de otros para corresponder a mi grandeza. 





 

...BebiO del caNTARo...

 



Apolonia me dió a mí

agua en un cántaro nuevo

el cántaro se rompió 

y el agua no cayó al suelo...


El cántaro cayó al suelo, pero él no dudó. La tomó por la cintura y la condujo hasta el lugar donde se horneaba el pan.

Allí, apoyándola suavemente contra la pared de piedra  se inclinó sobre ella y la besó. Ella respondió sin vacilar. Sus dedos se deslizaron por su pecho, desabrochando con destreza algunos botones de su camisa hasta encontrar el vello que tanto le gustaba acariciar y que enrredaba sus dedos en el.

Él, en cambio, la sujetaba con firmeza por la cintura, mientras que con su otra mano se aventuraba bajo la tela de su blusa, recorriendo su piel con ansiedad. Sus cuerpos comenzaron a moverse. 

Bebio del cántaro 










..la norIA...

 

Ya solo quedan algunos pedazos de lo que fue la noria. Esa mañana la acompaño de nuevo a los Coscojares. Cada vez que había ido, lo había hecho con él. Le encantaba estar en su compañía, aunque el vigilante siempre estaba atento y la observaba desde lo alto. En el fondo los observaba a los dos, al igual que hacía con Apolonia.  Esa mañana fue especial

Allí, en mitad del camino que atraviesa el gran cortijo descansan las ruinas de una vieja noria que una vez dio vida a ese lugar. Rodeada por el susurro del viento, eucaliptos y la sierra a sus pies, su estructura de madera rota y desaparecida casi en su totalidad es testigo de esa vida pasada. 

Las piedras, desgastadas por el tiempo y el abandono, evocan las risas y las penas. En esos días, la noria giraba incansable, el burro giraba al ritmo de las estaciones, extrayendo el agua para los cultivos y alivio para el ganado. Era una buena finca.

Hoy, solo queda el esqueleto de lo que fue. Las vidas que una vez se entrelazaron con sus maderas desgastadas son ahora recuerdos difusos, historias que se desvanecen con cada paso del tiempo. La noria, en su estado ruinoso, es un reflejo de la fugacidad de la vida, y de eso sabía bastante, aunque aún conserva la esencia de un pasado que nunca será olvidado.

El lo descubrió,  se lo mostró y le  relató la historia de un día en la vida de la noria...la volvió a transportar donde los dos encontraban la felicidad .. y el guarda también. 

Había comprado el sastre un tenor, en la Feria de Cuevas, cuando volvía hacia Albanchez - acompañado de mas de treinta paisanos montados en sus caballerías- y todo el camino vino tocándolo y trovando por malagueña. Bajando la cuesta de Los Coscojares ...la vió al lado de la noria, estaba llenando un cántaro de agua. Cuando llegaron junto a la noria, se aperon de las caballerías  para darles agua y descansar un rato, mientras almorzaban. Al verla, la saludó cortésmente mientras se pasaba por la frente el pañuelo de la mano:

- buena moza, me alegro de verla de nuevo 

Y ella le dijo:

-permítame buen hombre, deme el pañuelo...

Le alargó el sastre el pañuelo y ella se lo lavó en la balsica de la noria y lo tendió al sol, sobre un romero.

El sastre, con su ingenio albanchelero, le trovó:


En Coscojares vivía

la que me lavó el pañuelo

lo lavó con agua fría

y lo tendió en un romero

mientras que me sonreía...

Se despidió de ella, con ternura la miró  y marchó. 

Ella cogió el cántaro y partió hacia el cortijo. A Apolonia se le dibujo una sonrisa en su carica, y aunque de reojo lo miraba  alejarse, sabia que, de alguna manera, sus caminos se volverían a cruzar.

Igual le pasaba a ella.


..San OsIDOro..

En el día de San Isidoro, Apolonia y su chacha mantenía la entrañable costumbre de visitar a sus primos en Los Isidoros, la unica familia que le quedaba a ella. Esta tradición había comenza trás el fallecimiento de sus padres y para no perder el contacto con sus raices la chacha lo preparaba todo en el cortijo que todavia conservaban en Los Isidoros, utilizado para el cultivo  de la vid y la producción de vino.

En ese cortijo nació ella. Frente a él se podía observar el cerro de la Virgen, alli en lo alto, imponia toda su majestuosidad,  como una madre que vigilia a sus hijos. En la magnífica bodega de Isidoro Sáez, su padre, los recibía,  un lugar que era el corazón  de muchas celebraciones. Las paredes estaban adornadas con tinajas de barro de vino  y lámparas de aceite que emitían una luz cálida y acogedora. Para la ocasión, se preparaba un convite espléndido: un carnero capón, acompañado de generosos jarros de vino.

Con el paso de las horas y los efectos del buen vino, los ánimos se animaban y los guajerros comenzaban a entonar canciones. En un rincón de la bodega, se sacaba un tenor, el timple de Isidoro, y Antoñico El Ciego, famoso en la región por su virtuosismo, comenzaba a tocar su violín. Las notas de las malagueñas se elevaban,  mientras que trovadores improvisaban coplas y romances que provocaban risas.

Ese año, el sastre, conocido por su ingenio y habilidad con las palabras, se unió a la fiesta y compuso coplas a pedido, añadiendo un toque sarcástico  a la velada. En un momento de descanso, mientras la música se detevo brevemente, el sastre salió a la calle, dejando a todos intrigados. No tardó en regresar, llevando consigo un objeto misterioso envuelto en un pañuelo de seda color alloza, que brillaba bajo la luz de las lámparas.

Se acercó a Apolonia y le dijo con una sonrisa: "Toma esto... seguramente te gustará". Ella, con curiosidad y expectación, deshizo con cuidado el nudo del pañuelo y reveló un par de hermosas postizas decoradas con madroños encarnados, azules y amarillos. Mientras las observaba, descubrió que en el cóncavo de cada una habían tallado unas letras: en la de la mano izquierda, A y S, y en la de la mano derecha, F y M.

La vendimia  llegaría en septiembre...

....Fin de fiesTA...



Durante la celebración de las fiestas en Los Pardos,  la cuadrilla hizo su aparición. El sastre, buen músico, cantaor y trovero, se lució ese año. Buscaba con la mirada a la moza para poder sacarle unos cantes, aunque disimuladamente, ya que a su lado ya contaba con otra moza. La vio salir de la iglesia acompañada de su chacha, montarse en las caballerizas y partir de allí. El sastre inmediatamente entró a la iglesia en busca del cura párroco.

—¿Sabe usted quién es esa moza? —preguntó.

Don Blas Cortés, cura párrocos, le informó sobre la joven:

—Apolonia se llama, como su abuela paterna. Quedó huérfana de padres a corta edad, y su chacha María Isabel fue la elegida como tutora. Vive en la cortijada de los Coscojares. Las desgracias de esas minas se llevaron por delante a su padre Isidoro; su madre murió de pena. Aunque no se crea, la dejaron bien arreglada, entre tierras, arrendamientos y reales. Por cierto, con una exquisita educación, ayudará al colegio. ¿Algo más?

El sastre quedó conforme.

—No, padre, gracias —dijo, mientras jugueteaba con su sombrero entre sus manos.

—Se me olvidaba —dijo el cura—, anda arreglada con un herrero de Lubrín.

Don Blas, con una sonrisa pícara, supo lo que dijo y lo miró a los ojos. Prosiguió:

—Y tú con la del Saliente. Cantes bonitos. Buenas tardes, Francisco.

Aquellas palabras le atravesaron el alma. Se puso el sombrero y salió serio de la iglesia. Se despidió de su moza y partió camino de Albanchez. Las fiestas habían terminado para él.

Mientras caminaba, su mente vagaba hacia ella. Sabía que algún día la volvería a encontrar, aunque no tenía claro de qué manera ni en qué circunstancias. De repente, se dio cuenta de que había olvidado a su moza, algo que nunca le había sucedido antes. ¿Y ahora qué? El tiempo tendría la respuesta.

Ella había aparecido y había iluminado algo dentro de él. Decidió no seguir pensando, ser responsable y comprometerse con su moza. Era lo correcto. Sin embargo, de sus labios salio otra cosa

"Tu carica sonriente
Tu carica sonriente
Nunca paro de mirarte
Eres tan guapa y valiente 
Que he llegao a compararte
Con la Virgen del Saliente




La cuadrilla comenzó a tocar mientras Apolonia se encontraba dentro de la iglesia junto al cura párroco D. Blas Cortés, y su chacha María Isabel. Habían acordado que la joven impartiría clases a las niñas de los Pardos. Mientras discutían los pormenores del asunto, Apolonia quedó al margen, sumergiéndose en las coplas que el sastre cantaba, imaginando cuánto desearía que fueran para ella, aunque ya se había dado cuenta de que él no estaba solo. Su chacha la interrumpió susurrando:

—Tare nas apabardas.

Apolonia volvió en sí, y aunque permanecía atenta a las directrices del cura, su mano no dejaba de moverse al compás de la música. Cuánto hubiera deseado estar allí afuera para que él la viera bailar, o mejor aún, tocar la pandereta como le habían enseñado, aunque sus toques leones poco tuvieran que ver con los de aquí.

Finalmente, terminó la reunión. Apolonia intentó recordar:

—¿Qué data ye guei?

La chacha, tras un momento de silencio, respondió:

—Va bien de tiempu que marchóu.

Se despidieron del cura y dwcidieron emprender el camino de regreso al cortijo
Al salir, Apolonia lo vio; era todo lo que buscaba pero imposible de alcanzar. Para calmar sus nervios, se decía a sí misma:

—Nel monte siéntume bien.

Lo miro por última vez, pero él  no se dio cuenta. Era mejor no saber nada de él. 

D. Blas observo todo con detenimiento.

Siempre pegada a tu muro
y al filo de tus almenas;
siempre rondando el castillo
de tu amor; siempre sedienta
de una sed mala y amarga
de desengaño y arena.

Por qué te querré tanto?
Por qué viniste a mi senda?
Quién hizo brillar tus ojos
en la noche de mi pena?
Qué lluvia de mal cariño
quiso convertirme en yedra,
que va creciendo y creciendo
pegada a tu primavera?

Ay, que montaña de amor
tengo sobre mi cabeza!
Ay, que río de suspiros
pasa y pasa por mi lengua!

Yo estaba en mis campos hondos,
allá en tierras de León
durmiéndome entre molinos
y coplas rubias de siega,
y era mi vida una noria
monótona y polvorienta.


Una tarde ( por los nardos
subía la primavera... ).
Una tarde, vi tu sombra
que venía por la senda
dentro de un traje de pana,
tres vueltas de faja negra
y una voz dura y redonda
lo mismo que una pulsera.

-Buenas tardes, ¿hay trabajo? 
-Sí- te dije toda llena
de un escalofrío lento
que me sacudió las venas
y me quitó de encima
diez años de vida muerta,
bordando en mi enagua oscura
una rosa dulce y tierna.

-Está bien- fueron tus gracias,
y, doblando la chaqueta
te sentaste a mi lado
en el borde de la senda.

Vive este amor de silencio
y entre silencio se quema,
en una angustia de horas
y en un sigilo de puertas.
El pueblo ya lo murmura
en una copla que rueda
todo el día por el campo
y de noche en la taberna.

Dicen que si soy viuda
y sacan el muerto a cuestas;
dicen, que si por mis hija
me debía dar vergüenza...
Dicen, tantas cosas, tantas,
que las paredes se llenan
de vidrios y maldiciones
y hasta a veces de blasfemias.

-Por nosotros, tu no debes
vestirte de esa manera...
¡Sangre mía que anda y vive
y a mí me va haciendo vieja!
¿Pero es que yo ya no tengo
derecho a querer? ¿Qué ciega
ley me prohíbe que al sol
deje mis rosas abiertas?
¿Y que me mire al espejo,
y que me vista de fiesta,
y que en mi jardín antiguo
florezca la primavera?...

¡Quiero y quiero y quiero y quiero!
Están en flor mis macetas;
diez ruiseñores heridos
cantan amor en mis venas,
y me duele la garganta,
y está mi voz hecha piedra
de tanto decir: "Te quiero
como a ninguno quisiera!"

¡Ay, qué montaña de amor
tengo sobre la cabeza!

¡Ay, qué río de suspiros
pasa y pasa por mi lengua!

¡Canten, hablen, cuenten, digan,
pueblo, niños, hombres, viejas...
que yo de tanto quererle
no sé si estoy viva o muerta