Durante la celebración de las fiestas en Los Pardos, la cuadrilla hizo su aparición. El sastre, buen músico, cantaor y trovero, se lució ese año. Buscaba con la mirada a la moza para poder sacarle unos cantes, aunque disimuladamente, ya que a su lado ya contaba con otra moza. La vio salir de la iglesia acompañada de su chacha, montarse en las caballerizas y partir de allí. El sastre inmediatamente entró a la iglesia en busca del cura párroco.
—¿Sabe usted quién es esa moza? —preguntó.
Don Blas Cortés, cura párrocos, le informó sobre la joven:
—Apolonia se llama, como su abuela paterna. Quedó huérfana de padres a corta edad, y su chacha María Isabel fue la elegida como tutora. Vive en la cortijada de los Coscojares. Las desgracias de esas minas se llevaron por delante a su padre Isidoro; su madre murió de pena. Aunque no se crea, la dejaron bien arreglada, entre tierras, arrendamientos y reales. Por cierto, con una exquisita educación, ayudará al colegio. ¿Algo más?
El sastre quedó conforme.
—No, padre, gracias —dijo, mientras jugueteaba con su sombrero entre sus manos.
—Se me olvidaba —dijo el cura—, anda arreglada con un herrero de Lubrín.
Don Blas, con una sonrisa pícara, supo lo que dijo y lo miró a los ojos. Prosiguió:
—Y tú con la del Saliente. Cantes bonitos. Buenas tardes, Francisco.
Aquellas palabras le atravesaron el alma. Se puso el sombrero y salió serio de la iglesia. Se despidió de su moza y partió camino de Albanchez. Las fiestas habían terminado para él.
Mientras caminaba, su mente vagaba hacia ella. Sabía que algún día la volvería a encontrar, aunque no tenía claro de qué manera ni en qué circunstancias. De repente, se dio cuenta de que había olvidado a su moza, algo que nunca le había sucedido antes. ¿Y ahora qué? El tiempo tendría la respuesta.
Ella había aparecido y había iluminado algo dentro de él. Decidió no seguir pensando, ser responsable y comprometerse con su moza. Era lo correcto. Sin embargo, de sus labios salio otra cosa
"Tu carica sonriente
Tu carica sonriente
Nunca paro de mirarte
Eres tan guapa y valiente
Que he llegao a compararte
Con la Virgen del Saliente
La cuadrilla comenzó a tocar mientras Apolonia se encontraba dentro de la iglesia junto al cura párroco D. Blas Cortés, y su chacha María Isabel. Habían acordado que la joven impartiría clases a las niñas de los Pardos. Mientras discutían los pormenores del asunto, Apolonia quedó al margen, sumergiéndose en las coplas que el sastre cantaba, imaginando cuánto desearía que fueran para ella, aunque ya se había dado cuenta de que él no estaba solo. Su chacha la interrumpió susurrando:
—Tare nas apabardas.
Apolonia volvió en sí, y aunque permanecía atenta a las directrices del cura, su mano no dejaba de moverse al compás de la música. Cuánto hubiera deseado estar allí afuera para que él la viera bailar, o mejor aún, tocar la pandereta como le habían enseñado, aunque sus toques leones poco tuvieran que ver con los de aquí.
Finalmente, terminó la reunión. Apolonia intentó recordar:
—¿Qué data ye guei?
La chacha, tras un momento de silencio, respondió:
—Va bien de tiempu que marchóu.
Se despidieron del cura y dwcidieron emprender el camino de regreso al cortijo
Al salir, Apolonia lo vio; era todo lo que buscaba pero imposible de alcanzar. Para calmar sus nervios, se decía a sí misma:
—Nel monte siéntume bien.
Lo miro por última vez, pero él no se dio cuenta. Era mejor no saber nada de él.
D. Blas observo todo con detenimiento.
Siempre pegada a tu muro
y al filo de tus almenas;
siempre rondando el castillo
de tu amor; siempre sedienta
de una sed mala y amarga
de desengaño y arena.
Por qué te querré tanto?
Por qué viniste a mi senda?
Quién hizo brillar tus ojos
en la noche de mi pena?
Qué lluvia de mal cariño
quiso convertirme en yedra,
que va creciendo y creciendo
pegada a tu primavera?
Ay, que montaña de amor
tengo sobre mi cabeza!
Ay, que río de suspiros
pasa y pasa por mi lengua!
Yo estaba en mis campos hondos,
allá en tierras de León
durmiéndome entre molinos
y coplas rubias de siega,
y era mi vida una noria
monótona y polvorienta.
Una tarde ( por los nardos
subía la primavera... ).
Una tarde, vi tu sombra
que venía por la senda
dentro de un traje de pana,
tres vueltas de faja negra
y una voz dura y redonda
lo mismo que una pulsera.
-Buenas tardes, ¿hay trabajo?
-Sí- te dije toda llena
de un escalofrío lento
que me sacudió las venas
y me quitó de encima
diez años de vida muerta,
bordando en mi enagua oscura
una rosa dulce y tierna.
-Está bien- fueron tus gracias,
y, doblando la chaqueta
te sentaste a mi lado
en el borde de la senda.
Vive este amor de silencio
y entre silencio se quema,
en una angustia de horas
y en un sigilo de puertas.
El pueblo ya lo murmura
en una copla que rueda
todo el día por el campo
y de noche en la taberna.
Dicen que si soy viuda
y sacan el muerto a cuestas;
dicen, que si por mis hija
me debía dar vergüenza...
Dicen, tantas cosas, tantas,
que las paredes se llenan
de vidrios y maldiciones
y hasta a veces de blasfemias.
-Por nosotros, tu no debes
vestirte de esa manera...
¡Sangre mía que anda y vive
y a mí me va haciendo vieja!
¿Pero es que yo ya no tengo
derecho a querer? ¿Qué ciega
ley me prohíbe que al sol
deje mis rosas abiertas?
¿Y que me mire al espejo,
y que me vista de fiesta,
y que en mi jardín antiguo
florezca la primavera?...
¡Quiero y quiero y quiero y quiero!
Están en flor mis macetas;
diez ruiseñores heridos
cantan amor en mis venas,
y me duele la garganta,
y está mi voz hecha piedra
de tanto decir: "Te quiero
como a ninguno quisiera!"
¡Ay, qué montaña de amor
tengo sobre la cabeza!
¡Ay, qué río de suspiros
pasa y pasa por mi lengua!
¡Canten, hablen, cuenten, digan,
pueblo, niños, hombres, viejas...
que yo de tanto quererle
no sé si estoy viva o muerta