Apolonia me dió a mí
agua en un cántaro nuevo
el cántaro se rompió
y el agua no cayó al suelo...
El cántaro cayó al suelo, pero él no dudó. La tomó por la cintura y la condujo hasta el lugar donde se horneaba el pan.
Allí, apoyándola suavemente contra la pared de piedra se inclinó sobre ella y la besó. Ella respondió sin vacilar. Sus dedos se deslizaron por su pecho, desabrochando con destreza algunos botones de su camisa hasta encontrar el vello que tanto le gustaba acariciar y que enrredaba sus dedos en el.
Él, en cambio, la sujetaba con firmeza por la cintura, mientras que con su otra mano se aventuraba bajo la tela de su blusa, recorriendo su piel con ansiedad. Sus cuerpos comenzaron a moverse.
Bebio del cántaro


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